sábado, 1 de mayo de 2010

Aportes

 La noción recurrente de lo que pudimos ser y no logramos, de cómo hicieron otros para ser lo que envidiamos y de cual fue el momento en que leímos mal la receta y arruinamos el prestigio del restaurante, es tan remanida como falsa y absurda.
Si luego agregamos para sumirnos en la depresión, que somos los propietarios de todas las virtudes que decoran al vivo y de los peores y atroces defectos que definen a un pueblo, las consecuencias son previsibles.
Cumplida esta serie de absurdos presupuestos toda vida individual o colectiva suele convertirse en atormentada, y esta obligada a pasar por el diván de la ciencia.
Por momentos algunos aficionados a la historia intentan analizar nuestra sociedad sin tener en cuenta su raíz cultural.
Un segundo elemento que suelen dejar en el olvido es la ubicación continental.
Y el tercero y más dañino para nuestra esforzada búsqueda es remembrar destinos de grandeza que en realidad nunca estuvieron a nuestro alcance.
Como sociedad somos tan solo un conjunto de culturas migratorias que recién ahora están en condiciones de gestar su propia síntesis.
Cada cultura enfrento sus propias contradicciones para instalarse en la modernidad, todas debieron adaptarse y lograr una ecuación particular entre su identidad y la participación en el todo.
Y ese proceso era válido para aquellos que hubieran resuelto sus contradicciones internas, para pasarlo a términos individuales, que hubieran logrado su propia madurez.  
Las naciones como los individuos necesitan del tiempo para lograr su equilibrio, y nada indica que siempre lo logren.
La imitación o la burda copia no tienen ejemplos de logros significativos, por el contrario suelen forjar enormes frustraciones.
Japón pareció en su momento la mejor síntesis entre una cultura milenaria y el desafío productivo.
Los EEUU son sin duda la expansión de la cultura Inglesa dominante, con la incorporación de un conjunto de corrientes migratorias que hacen su aporte pero se amoldan al patrón mayoritario. Australia sigue sin duda el mismo modelo. Hasta el pueblo judío con su historia milenaria sufrió contradicciones graves al integrar distintas concepciones de vida.
En la Argentina el choque de razas es tan fuerte y disímil que la búsqueda de una identidad se convierte en el problema central.  Imaginar logros comunes con concepciones distintas es tan absurdo como trasladar a la política elementos que pertenecen a la cultura.
No solemos referirnos a las corrientes migratorias y su peso en nuestra realidad,  pero ese olvido no hace menos complejo el problema acuciante de la búsqueda de una síntesis.
Podrían ser cuatro las corrientes migratorias que mayor presencia imponen en la búsqueda de un crisol de patrones definitivo. 
Los criollos,  hijos de la fusión entre indígenas y españoles definen con fuerza las pautas del ser nacional.
En el siglo pasado, los italianos, españoles y judíos por su peso poblacional marcan su impronta en las distintas áreas donde se instalan.
Ingresan más de dos millones de inmigrantes italianos,  cerca de un millón ochocientos mil españoles, y unos quinientos mil judíos.  El dato de que en esta corriente sea mayoritariamente masculina, lleva a que en la primera mitad del siglo de cada cuatro argentinos entre veinte y treinta años, tres sean extranjeros.
La lengua, las costumbres, la cocina, se invaden y híbridan a cada paso. 
Todavía quedan centenares de casas comunitarias que ni siquiera expresan naciones, sino pueblos o provincias de las cuales vinieron miles y quisieron mantener sus costumbres.
La distancia entre los vascos y los gallegos,  o más significativa hace unos años, entre republicanos y monárquicos, dividía la Avenida de Mayo. Los anarquistas italianos, los judíos socialistas, los croatas católicos, la sangre, la ideología y la religión como aporte de riqueza y conflicto.
Tierra prometida y frustración con el fracaso. Debates de si somos Europa o América latina, sin aceptar que todavía estamos siendo, encontrando recién el lugar de parte que acepta el todo.Nos comparamos con la simpleza de no recordar nuestra situación.
Tamaña mezcla de sangres y culturas hace que nos demoremos en la definición de una forma de ser definitiva, que la política camine marcada por formas de ver el mundo y la vida que tienen más componentes culturales que de ideas.
Nos cuesta demasiado entendernos porque partimos de patrones distintos. La razón y la emoción son nutrientes que cada pueblo integra a su propia manera.
No somos ni mejores ni peores que el resto, tan solo intentamos encontrar nuestra particular y original manera de ser.
Finalmente todas las sangres se mezclan, las pasiones disuelven las culturas, pero lo nuevo tarda demasiado en aparecer.
Me críe en un barrio donde el origen migratorio tenía más vigencia que la profesión. 
Hubo racismo de los viejos habitantes, pero fue parejo para todos. Ser Gallego, italiano, ruso,  o Cabecita Negra marcaba una diferencia, y también una forma de marginar.
Algunos se integraron hasta el orgullo, otros no lograron salir del dolor del exilio y solo sueñan con emigrar.
Muchos admiran el lugar del imperio, y hasta algunos imaginan que sus logros son indiferentes a su papel de tal.  Absurda visión donde lo secundario se quiere convertir en principal.
Los países nórdicos ostentan logros sociales y económicos que en nuestras elites no gozan de buena prensa, serían más imitables pero demasiado socialistas para intentar copiarlos.
Europa avanza hacia una convivencia de veinticinco países,  que fácil nos sería todo si estuviéramos  ubicados cerca de su órbita.
Hace apenas décadas, teniendo mucha más historia que nosotros se enfrentaron en guerras que expulsaron a buena parte de nuestros antepasados.
La vida de los pueblos no es tan solo una competencia hacia el éxito económico, nuestros destinos van mucho más lejos que eso.
No existen recetas mágicas para ingresar a un lugar de equilibrio, solo entender que si logramos compartir la mirada sobre el presente podremos imaginar un futuro posible.
Como pueblo recién estamos saliendo de la pubertad. 
Cuando los primeros inmigrantes se enamoraron de nuestra ciudad gestaron un prototipo que dio origen a la palabra “cocoliche”. 
Si alguno imagina que copiando a otros seremos nosotros nos esta arriesgando al mismo resultado.
Luego los hijos de esos inmigrantes fueron tan nuestros que gestaron al tango.
Habiendo más hombres que mujeres no importaba la raza para sufrir un abandono.  Y el tango no llora, describe en verso y danza la dificultad de una etapa.
Hasta en la frustración y el exilio todas las sangres se comportaron en forma parecida, y muchos nietos decidieron volver al hogar perdido de sus mayores.
Cuando mis abuelos huyeron del sur de Italia, pensaban que Europa estaba terminada, pero recién nacía.
Cuando los nietos eligen el exilio puede ser el momento en que logremos una síntesis en el ser nacional que hace mucho soñamos.
Y en ese crisol de razas se está gestando el nuevo ser nacional.
Y algunos resentidos a quienes la economía les impide entender las naciones, pensaron que la indefensión era el desnudo necesario para ingresar a la globalización y la modernidad.
Solo cuando logremos compartir un proyecto común que integre a todos nuestros hermanos estaremos maduros para participar del todo, para integrarnos al  desafío universal.
Y a esa madurez es la primera vez que estamos arribando.
Nos sobra crítica y queja, solo nos falta acompañar con el esfuerzo.
Parece poco pero resulta demasiado, y solo nos queda intentarlo.