martes, 18 de mayo de 2010

Fidel y Cuba

Están desde siempre, con medio siglo de presencia, una guerrilla y un triunfo donde nace el mito. Dividiendo aguas, con el odio de los amantes del imperio que sobrevive y el amor del que ya cayó, con los dos bandos alineados y sin dudar. Y nosotros, los que nunca soñamos jugar golf en Miami ni leímos a Marx como si fuera un libro sagrado, nosotros pasamos con ustedes tantos estados de ánimo como los que imponen el amor y la vida.


Hubo tiempos de quererlos a la espera de logros liminares, los hubo,  de explicar casi todo por el bloqueo del maldito, a veces fue el olvido y también, el desengaño.
Cuando el odio de las derechas, apoyando a Pinochet y a Videla, quería exigirles democracia, las cosas eran claras. Luego, siempre, llegaba el atroz castigo a la disidencia y uno no sabia de qué lado estaba.
El sueño del socialismo había quedado depositado en vuestras manos, aunque nunca aceptamos que lograrlo debiera ser al costo de la libertad.
Nos parecía que de no ser por Fidel, Cuba sería tan solo una isla más, y con solo escuchar los argumentos de cualquier "gusano" de Miami recuperábamos la epopeya, acompañados por el Che.
Cada uno recorrió su sendero con esa historia paralela a su vida, a veces, el lugar de los sueños y tantas otras, la escollera que los convertía en pesadilla.
Y los viajes a la isla, curiosidad y turismo, asombro y meditación; los largos diálogos con cubanos del común de la calle, sus historias, esperanzas y frustraciones.
Los que se tiraban al mar desesperados, las necesidades y los recovecos de una pobreza a veces digna y otras demasiado angustiada. La revolución como lanzamiento para buscar el imposible, como excusa para explicar la impotencia de tantos. La dignidad de los que hablaban poco, el orgullo de una medicina que desafiaba al mundo y el peso de una carencia cotidiana que ya poco tenía de sufrimiento pasajero. El cubano militante y amigo al que le prohibían ingresar al bar del hotel y nos justificaba su marginalidad con los riesgos y  peligros ajenos. La prostitución y los miedos de volver a ser como antes de soñar grandezas, el turismo y los males que sus verdes dólares imponían a ese carenciado pueblo.
Cincuenta años entre la admiración y la sospecha, dudando de la teoría de que no hay socialismo sin dictadura y de que la dictadura, cuando es de nuestro signo, merece ser justificada.
El socialismo nos ofrecía la justicia a cambio de la libertad, diciendo que era pasajero y volviéndolo definitivo.
Cuba nos llenó de ilusiones y de miedos, fue lo más parecido al amor, sublime en la entrega y por momentos,  atroz en lo cotidiano.
No había escaparates para la sociedad de consumo, los panes y los huevos tan ajustados a raciones como el arroz o los frijoles. Necesidades y controles definían un mundo con demasiadas diferencias a nuestras tranquilidades cotidianas.
El taxista que nos pedía la botella de aceite, la joven que esperaba una prenda de marca.
Sufridos pero dignos, erguidos en la pelea, sobraban necesidades donde casi desconocían la queja.
El infinito Gabo García Márquez, apoyando al comandante y su pueblo; Saramago que también vivió sus diferencias, y del otro lado,  Vargas Llosa, enemigo refinado representando a los ricos que hablaban inglés.
Fuiste nuestro sueño, nuestra contradicción y también lo irresuelto.
Una mañana llegué a Miami y me tocó de chofer un residente con acento cubano. Me molestó la manera orgullosa con la que me interrogaba sobre mi admiración por esa tierra de plástico. Respondí haciéndome el distraído al pronunciar mi provocación: “Sí, pero más me gusta la Habana”. Mi contendiente acepto el desafío y respondió; "Hace años que vivo aquí, tengo carro, casa, familia y seguridad en todo. Un par de años atrás nos permitieron volver de visita. Fui por mis parientes, les llevé regalos y ayuda, no podía entender la distancia entre nosotros. Tenemos todo mientras ellos no tienen nada. Eso si, algo tengo claro, la alegría se la quedaron ellos."