sábado, 1 de mayo de 2010

Herminio

No fue uno más. Transitó la vida por el sendero de los sin escuela, y se doctoró de bruto, y no en Harvad  sino en el Harlen de Avellaneda: ningún otro negro aparte del nombre del frigorífico “La Negra”, ningún otro puente fuera del que les levantaron para que no pasaran. Pero ese 17 llegaron igual.
Con el diploma “Honoris Causa” de la calle, le habían enseñado poco y nada, pero le bastó para imponerse a muchos, a demasiados.
De Avellaneda, acá nomás pero muy lejos, el centro se hacía suburbio, las reglas eran las del vencedor. Duro y al frente, todo a pulmón.
Sin el prestigio de los doctores ni la gracia gratuita de los herederos, o sos peón y te humillan o sos tan malo que te temen. Eso sí, siempre te agreden.
Y de tanto poner el pecho nunca necesitó guardaespaldas
Los malos con abogados son empresarios y abundan, los que vienen de abajo son muchos pero llegan pocos y meten miedo. Son el terror del barrio norte, no hay gorda que al verlos no intente exorcizarlos con un discurso sobre la ética.
Hablan lunfardo sin importarles que el inglés esté de moda, brutos pero a toda honra, con las leyes de calle.
Me acuerdo la discusión con Luder: éramos pocos, Herminio se puso duro, Luder se vio obligado a expresar que el Jefe era él. Faltaban meses para la elección. Herminio pidió perdón como un caballero, con humildad y franqueza le respondió que él era peronista y sabía pelear por una causa, y que aceptaba su jefatura. Se hizo silencio; Luder tardó en asimilar el gesto de ese hombre temido que se ponía a su servicio.
Nunca obsecuente, tampoco rebelde por deporte (los de abajo no tienen tiempo para eso).
No le importaba ocupar el lugar que la vida le había asignado, pero a ese espacio lo había honrado con las más insobornables reglas para salvar la dignidad.
No está mal que los doctores reciban halagos tras halagos: lo trágico es que no se pueda triunfar desde otro lugar. 
A los que la vida no les dio ni escuela parece que sólo les corresponde la obediencia infinita. Mientras que en los educados todas las sublevaciones “visten”, a los humildes no hay rebeldía que les quepa.
Herminio hablaba mal pero pensaba mejor que tantos profesores, académicos y pusilánimes sin cabeza ni corazón. 
Podía escapársele un “sinmigo” pero fue un digno intendente que no dejó escapar el patrimonio del estado y que siempre defendió lo nacional.
Era duro como los de la mafia, su familia era el peronismo y sus virtudes y sus vicios tan públicos como su rostro marcado por la vida.
Cuando algún empachado con sopa de letras nos recuerda que preferíamos la alpargata al libro, se refiere a los Herminio, que como la vida no les dio escuela transcurrieron la calle usando la alpargata para leer las paginas de los adoquines. 
Cuando la dictadura perseguía, Herminio se refugiaba en su dignidad: impulsó y firmó el documento de los derechos Humanos que nos honró. Y cuando había que llevarlo nos dijo sin dudar, “Dejen que voy yo, si los ven a ustedes los pueden matar”.
Y la suerte le jugó una mala pasada: quemó el cajón en una elección que casi no tenía encuestadores, Luder no podía ganar pero el cajón fue una excusa omnipotente: lo convertimos en chivo expiatorio de nuestra mediocridad.
En el 83 no opinábamos ni sobre democracia ni sobre economía, nos creíamos tan invencibles como Perón y éramos tan despreciables como el gobierno que lo sucedió.
Uno sabe que hay cultos de derecha y de izquierda, habladores brillantes y escritores preclaros, que la educación da solvencia pero no razones, pero con los otros nadie da justicia ni explicación.
Cuando el pobre es anónimo y vencido es idealizado por todo espíritu justiciero.
Herminio es el otro: el que surgió de abajo pero no se achicó. El que le sacó el jugo a la vida cuando exigía, pero también cuando apostaba.
Es el pobre que no espera que los hijos de los ricos le hagan la revolución. Pretende hacerla a partir de él mismo.
Y el partido mayor de nuestras tierras, el de los cultos visionarios y preclaros, lo atacó con todas sus alas, derechas, centros y otras.
Cuando entendamos a los Herminios estaremos perteneciendo al sustrato de la patria sublevada, como diría el maestro Scalabrini.
Che Herminio, hubo un cajón que no quemaste: el tuyo.